Hay trabajadores que, literalmente, se dejan la piel en el trabajo. Son profesionales de la construcción, la agricultura, la peluquería, la sanidad y otros muchos sectores que día tras día exponen su epidermis, especialmente sus manos, a productos que acaban causando daños.
Datos del registro de enfermedades laborales del Instituto Nacional de Estadística correspondientes a 2006 indican que las dermatitis por exposición representan el 6,38% de las enfermedades laborales, pero los expertos coinciden en que no se les presta suficiente atención. Son dolencias claramente infradiagnosticadas.
Las enfermedades laborales de la piel no son un trastorno que ponga en riesgo la vida, pero sí son un problema de gran impacto médico y social, pues interfieren en la calidad de vida de las personas. Si no son muy graves, el trabajador aguanta, no les presta la atención que debería y, como solución temporal, se aplica cremas hidratantes. Cuando acude al médico, muchas veces no se le deriva al especialista, con lo que tampoco se realizan pruebas específicas para diagnosticar la patología y averiguar qué sustancia la está causando. Son pruebas epicutáneas que sólo realizan los dermatólogos. Más conocidas como pruebas del parche, permiten concretar la sustancia que causa la sintomatología.
Si no se diagnostica, no queda constancia en el registro nacional de enfermedades laborales, en el que, además, muchas enfermedades dermatológicas quedan diluidas en otras. Los registros oficiales que tenemos en España no nos permiten conocer la cifra real, porque cuando se registran los enfermos se clasifican por las sustancias y agentes causantes, y no por patología o el órgano afectado; seguramente, las cifras reales no deben estar lejos de los datos de otros países como Estados Unidos, donde las afecciones de la piel suponen hasta el 60% del total de enfermedades profesionales.
Más del 90% de las dermatitis laborales son eccemas de contacto, y afectan sobre todo a los profesionales que tienen sus manos en remojo durante buena parte de la jornada laboral, como ocurre en la hostelería y las peluquerías. «Se pierde la barrera protectora, los lípidos o las grasas que protegen la piel, lo que permite que si la persona está en contacto con otras sustancias irritantes les acaben causando eccema de contacto por irritación.
Pero no siempre hay cura. Si se deja de estar en contacto con la sustancia, el eccema irritativo se acaba curando. El problema es que hay algunas personas con predisposición para adquirir memoria inmunológica, es decir, que el eccema puede entonces ser alérgico.
El listado de sustancias y profesionales que las sufren es muy largo. En la construcción se unen la humedad que destruye la protección natural de la piel, las inclemencias del trabajo a la intemperie, y sobre todo el contacto con el cemento. A sus componentes básicos, la caliza, la arcilla y el yeso, que tienen un alto poder irritativo, se les añaden sustancias varias, como resinas, que también son capaces de producir alergia de contacto.
Los metales también pueden acabar creando alergias cutáneas, como ocurre con el cromo y el níquel. El níquel forma parte de la composición de las monedas de euro, por lo que este metal está detrás de los eccemas alérgicos que desarrollan algunas personas que manipulan dinero durante toda la jornada. También los joyeros pueden tener problemas con algunas aleaciones metálicas.
En la agricultura y la jardinería, los pesticidas y el contacto con algunas plantas pueden causar eccemas, tanto de contacto como alérgicos. También pueden aparecer urticarias por tocar algunas flores, como los crisantemos o la prímula. «En estos casos aparecen ronchas de forma inmediata», aclara Giménez. También ocurre con el látex, con la manipulación de algunos alimentos o por el contacto con el ácido sórbico, que se utiliza como conservante.
Los expertos concluyen que el mejor remedio es la prevención.